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  • Roger 

NIÑO/A INTERIOR

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Dentro de cada uno de nosotros habitan varias voces, personajes que a menudo entran en conflicto debido a que cada uno tiene sus propios intereses, necesidades y creencias. Uno de los más importantes es la figura del niño o niña que todos llevamos dentro. Aprender a distinguirlo y escucharlo cambia para siempre la relación que tenemos con nosotros mismos.

El Niño o Niña Interior. Es probable que hayas oído antes dicho nombre, o quizás no… Sea como sea, en este artículo vamos a tratar de explicar quién es, qué representa y cuán importante resulta aprender a reconocerlo y atenderlo.

Para empezar, tenemos que tener presente que nuestra identidad se divide en multitud de partes distintas, a veces con intereses opuestos o peleadas entre sí. Todas esas caras o facetas son herencia de las voces interiorizadas de distintas figuras de nuestra infancia (padres, profesores, referentes, dibujos, ficción, etc.) entremezcladas con el contenido de arquetipos propios del inconsciente colectivo que compartimos como humanidad (la madre, el padre, el heroe, el sabio, etc).

Para que nos entendamos, en nuestra identidad confluyen multitud de voces y personajes que, si no los reconocemos y validamos sus anhelos y propósitos, es probable que entren en conflicto entre sí… y nos desenergeticemos con dichas luchas internas.

Hacer conscientes esas partes y permitir que se expresen es la mejor forma de evitar que nos gobiernen desde nuestro inconsciente.

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Uno de estos personajes o partes representa a nuestro Yo Infantil, una figura que se caracteriza por su vulnerabilidad, inocencia y apertura, pero también por sus miedos, vergüenzas y heridas.

YO INFANTIL

Más allá de la coraza desde la que nos relacionamos y protegemos del mundo, todos conservamos un lugar interno al que llamamos Capa de Vulnerabilidad, que contiene nuestra parte más íntima, vulnerable, expuesta e indefensa.

Es en ese espacio donde habita nuestro Niñ@ Interior, que es la representación del niño o niña que fuimos en nuestra infancia. Es decir, esta figura interna alberga todos los miedos, inseguridades y heridas que adoptamos e integramos durante los primeros años de vida, incluyendo todas aquellas creencias y temores que heredamos de nuestro entorno familiar.

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A menudo creemos que ese niño/a ya no existe y que, además, después de tanto tiempo apenas tiene influencia sobre nosotros y nuestra vida.

La realidad objetiva es muy distinta: si nos permitimos ser honestos con lo que nos preocupa o limita en nuestro presente, reconoceremos que son precisamente los mismos miedos y heridas que se fraguaron ya en la niñez.

Es a través del mecanismo del engrama, que la vida nos pone, una y otra vez, frente a las mismas heridas del trauma original para que podamos reconocerlas, atenderlas, sanarlas y liberarlas. Es por eso que decimos que el Niño/a Interior sigue presente en cada uno de nosotros, despertando cada vez que una situación o persona activa su dolor y tomando el control de nuestro cuerpo y emocionalidad.

Aunque nos resistamos a echar la vista atrás y revisar partes de nuestro pasado, este mismo pasado sigue influyendo en nuestra vida actual. Precisamente es la resistencia a mirar atrás lo que nos sugiere el dolor que seguimos ocultando en nuestro recuerdo, un dolor que no desaparece por el mero hecho de ignorarlo y pretender que no sigue ahí, sino cuando lo atendemos como se merece.

Y es que no podemos mirar verdaderamente hacia el futuro, ni posicionarnos y habitar plenamente el presente, si antes no cerramos las heridas que nos conectan con nuestro pasado: las heridas de nuestro Niño/a Interior.

Hay un dolor, una carencia, unas necesidades no satisfechas, unas frustraciones, un sufrimiento profundo que nuestro niño/a sigue cargando… y así seguirá siendo hasta que no le prestemos atención. Sanar las heridas del pasado nos permitirá habitar plenamente en el presente.

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RELACIONES INMADURAS

Generalmente, en nuestro día a día, no tenemos consciencia de la existencia de ese Niño/a Interno/a… Pero eso no significa que no esté ahí; y menos todavía que, con nuestra inconsciencia, evitemos que sea él quien gobierna muchos de nuestros actos.

Buena parte de nuestras reacciones, nuestros comportamientos, nuestros impulsos y nuestras emociones están liderados por sus necesidades no resueltas. A menudo exigimos a los demás que satisfagan esas carencias de nuestro niño/a, y lo hacemos desde la impaciencia, la impulsividad y el egocentrismo con que se manejan precisamente todos los niños/as.

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A veces camuflamos lo que nos pasa porque «no deberíamos» comportarnos así, y simulamos que, en realidad, no nos importa. Los juicios con que nuestro Yo Padre/Madre juzga a nuestro Niño Interno han hecho acto de presencia… Y nuestro niño baja la cabeza y se siente culpable una vez más.

Para permitirse salir y decir lo que piensa suele necesitar un ambiente de cierta protección y seguridad. Estas situaciones «seguras» suelen darse principalmente con personas de confianza de nuestro círculo más íntimo. Es entonces cuando nuestro niño/a se atreve a mostrarse tal y como es, decir lo que piensa y pedir lo que necesita.

Sin embargo, no cuenta con que, al otro lado, hay otro adulto con un Niño/a Interior también dolido, con sus propias heridas y carencias. La batalla está servida cuando un adulto pretende que otro adulto sea quien acepte y reconozca al Niño Interior que él mismo no está aceptando ni reconociendo. Porque el otro adulto no podrá evitar sentirse exigido y dolido desde su propio Niño/a Interior tampoco reconocido ni aceptado.

Ahora bien, es precisamente a través de estas relaciones (sentimentales, familiares o de amistad) que recibimos el reflejo de lo que necesitamos ver y comprender en nosotros. El otro, sea pareja o no, sirve siempre como espejo de aquello que se mantiene pendiente o inconcluso en mi.

Es a través del otro que se activan mis necesidades insatisfechas, y se ponen en juego todas mis estrategias para conseguir lo que quiero y mis mecanismos para compensar y evitar sentir el dolor de mis heridas. Es a gracias al otro que tomo consciencia de lo que aún escuece.

NECESIDADES INSATISFECHAS

Para entender cómo se gestaron las heridas de nuestro Niño Interior ya compartimos un artículo centrado en todo ello. En este punto, vamos a enfocarnos en las motivaciones, necesidades e intereses que lo mueven.

Como ya hemos dicho, hay que tener presente que para nuestro Niño/a sus necesidades no se colmaron ni resolvieron de la forma que él esperaba y deseaba. Es por ello que suele vivir en un constante estado de carencia, frustración y privación, del que se derivan sus principales heridas.

Cuando una herida se nos activa y el dolor derivado hace acto de presencia, es básicamente porque nuestro Niño/a ha contactado con el vacío de una necesidad no satisfecha. Esta sensación nos «retrotrae» a instantes o vivencias de nuestra niñez en que esas mismas necesidades tampoco se vieron colmadas tal y como hubiésemos anhelado.

En otras palabras, nuestro Niño/a Interior vive continuamente anclado en un espacio de privación, paralizado o estresado por el pánico a que sus necesidades vitales no puedan ser saciadas y su supervivencia corra peligro.

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Ese enorme temor puede expresarse de dos formas distintas: o bien bloquean e inmovilizan a nuestro Niño, dejándolo en shock y promoviendo una energía de apatía y desesperanza propia de la herida de indignidad, en que siente que no es digno ni merece nada. O bien lo conectan con la fuerza de la exigencia, que contiene cierta dignidad, pues invita a la percepción de que el mundo le debe algo y exige que esto se le proporcione o devuelva.

La mayor parte de las veces, sin embargo, la reacción de nuestro Niño es una mezcla entre ambas: expresamos nuestras necesidades desde la carga de la expectativa y la exigencia (encubierta o no), pero con el pánico de que no se vean satisfechas y tengamos que sostener la misma frustración de nuevo.

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FORMAS DE COMPENSACIÓN

Nuestro Niño o Niña tuvo que aprender a adaptarse y amoldarse al entorno en que se crio. Por duro, agresivo, o incomfortable que fuera el mundo de su infancia, desarrolló una serie de estrategias para tratar de colmar sus necesidades, así como alguna forma de compensación habitual para no tener que contactar con su miedo, vergüenza o dolor.

Es decir, al hablar de compensaciones hacemos referencia a aquellas formas de control sobre el entorno que desarrollamos desde pequeños, con el propósito de evitar el dolor de nuestra herida.

Gracias a estas actitudes o estilos de conducta pretendemos cubrir nuestros miedos, así como ocultar la profunda vergüenza que tenemos respecto a nosotros mismos y los demás.

Son, en realidad, estrategias de protección a través de las cuales nos concedemos cierto espacio y amor hacia nosotros mismos, conectándonos con la dignidad que quizás echemos en falta en nuestro entorno.

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Se trata de una serie de comportamientos o papeles que, de forma inconsciente, llevamos a cabo con intención de manejar, influir o esquivar cualquier tipo de energía insensible o agresiva con la que podamos sentirnos abusados, intimidados o invadidos.

Según Krishnananda, en su libro «De la Codependencia a la Libertad«, principalmente, se considera que hay cuatro vías básicas de compensar que podemos desarrollar desde nuestra infancia: complacer, aislarnos, controlar o rebelarnos.

1. COMPLACER

La primera de estas formas de compensación implica una voluntad de complacer. Desde nuestra mirada infantil confiamos en que si somos buenos y si nos portamos bien, rebajaremos y suavizaremos las posibles respuestas amenazantes de los demás. Solemos emplear este tipo de energía cuando buscamos evitar cualquier tipo de enfrentamiento o ser víctimas de la ira de los demás; por eso creemos que no es seguro ser directos, firmes o contundentes.

Dicha estrategia no siempre funciona, pero aunque lo haga, suele afectarnos directamente en nuestra herida de dignidad: al renunciar a nuestro poder y autoridad para complacer al otro, nos conectamos con nuestra vergüenza y falta de respeto hacia nosotros mismos. Podemos sentirnos identificados con la herida de humillación, injusticia o rechazo.

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2. RETIRARSE

El segundo estilo conlleva la el aislamiento. En este caso hablamos de uno de los estilo de protección más sencillos y habituales para cuidar de nuestro Niño: al alejarnos de la amenaza, nos retirarnos a nuestro propio mundo. Creemos que el mundo es demasiado peligroso e insensible como para permanecer en él.

Así es como construimos un refugio interior propio, en el que podemos llegar a cuidarnos y ocuparnos de nuestras principales necesidades. Este es el lugar de muchos artistas, escritores o pintores… cuya soledad les permite enfocarse en algún arte o propósito concreto, a pesar del dolor sostenido del aislamiento que sienten.

Sin embargo, aunque en dicha soledad podamos conectar con un atisbo de poder, dignidad y realización personal, y nos sirva para potenciar nuestra creatividad e introspección, termina siendo insuficiente porque no nos nutre del todo.

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Además, cada vez que nos retiramos y encerramos para no sentir la vulnerabilidad del dolor, alimentamos más y más el profundo sentimiento de impotencia y resignación que nos lleva a ahogarnos en la desesperanza y la depresión. Es común que sintamos la herida del abandono, el rechazo o la humillación, y que nos cueste entablar relaciones sociales desde la honestidad, la apertura y la transpariencia.

3. CONTROLAR

Una tercera forma de compensación implica el control, y es cuando nuestro Niño ha aprendido a manejar la energía ofensiva tratando de dominarla y hacer uso de ella. Para no sentirnos intimidados, buscamos entrar en acción para así vencer al «oponente» y ganar dicha competición.

Desde aquí nos hacemos esclavos de la acción y el movimiento, puesto que consideramos que a menos que hagamos algo, nos atacarán o invadirán. Al ponernos en posición de controlar la situación, solemos tomar un rol a veces demasiado intimidador, directivo o impositivo, que también puede derivarse en un exceso de cuidado o sobreprotección cuando se enfoca en la protección de otros.

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Compensamos desde el control cuando, por ejemplo, adoptamos el papel de padre o madre invalidantes o severos, o cuando tomamos posiciones de autoridad y cierta rigidez o exigencia, ya sea a nivel físico o emocional (manipulando a otros para intimidarlos o hacerlos sentir mal) como mental-racional (a través del descrédito a otros por sus ideas, o mostrando cierta superioridad intelectual).

De una forma u otra, este estilo puede llegar a hacer uso de cualquier aspecto o ámbito (violencia, sexo, dinero, reputación, estatus, información,…) para ejercer control sobre los demás.

4. REBELARSE

Finalmente, la cuarta y última forma de compensación tiene que ver con la lucha; e implica una forma de rebeldía, en que el Niño busca expresar su rabia hacia el exterior con tal de desafiar cualquier peligro o amenaza. Es una vía de compensación que puede resultar útil para poner límites y romper patrones, ya que nos concede una fuerza y un valor evidentes…

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Sin embargo, la creencia en que si no luchamos, nos controlarán, puede llevarnos a extraviarnos en una percepción de batalla interminable: nos cuesta dejar de estar a la defensiva y desconfiados, a la espera de un nuevo ataque y pendientes de mantener nuestra defensa.

Desde esa energía de constante enojo y recelo, y listos para reaccionar, es fácil perdernos en cierta prepotencia que nos aleje de sentir el propio dolor que se oculta bajo toda esta estructura de evitación. Entre otras, es posible que esté conectado con la herida de traición, humillación e injusticia.

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MI PROPIO PADRE O MADRE

¿Qué necesita un niño/a por encima de todo? Que lo miren, que lo vean… Saber que existe, a través de la mirada de los adultos. ¿Y qué necesita entonces nuestro Niño/a Interior? Que lo vean, lo escuchen, lo reconozcan, le den espacio, lo aprueben y lo valoren tal y como es. En definitiva, su necesidad más profunda es sentirse amado, y de ahí conectarse con la paz que ello implica.

¿Pero quién lo debe mirar, reconocer y amar? Ahí está uno de los puntos más importantes: como hemos visto, generalmente creemos que esa función tiene que recaer sobre otro adulto, ya sea una pareja, amistades, familiares, hijos, compañeros de trabajo o incluso jefes

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Pero por experiencia tarde o temprano nos vamos dando cuenta de que eso no sirve. Esa mirada de compasión y reconocimiento casi nunca llega a través de otros, y si lo hace difícilmente resulta suficiente y satisface la carencia.

Y eso es porque quien lo debe mirar y reconocer es nuestro Yo Adulto. Debemos convertirnos en los padres atentos y amorosos que quizás no tuvimos, que probablemente echamos en falta como niños/as, y ofrecerle a nuestro Niño/a Interior todo el amor, atención y reconocimiento que no recibió en su infancia.

Porque sigue siendo el mismo niño herido. El tiempo no pasa para él; para esta parte de nosotros no existe más que ese momento en que se quedó. Y como niño/a que es, llamará nuestra atención sea como sea. Hasta que lo reconozcamos y lo atendamos tal y como se merece.

Hasta ahora nuestro vínculo con esta parte nuestra interna se ha dado básicamente desde la recriminación, la culpa y la autoexigencia… Representamos con nosotros mismos el papel de Padre o Madre exigente, duro y controlador que juzgaba y culpaba; o quizás lo hicimos desde una actitud más ausente y negligente, ignorándonos y simulando que esta parte ni siquiera existía.

Pero ahora tenemos la oportunidad de tratarnos mejor: convertirnos en nuestro propio padre o madre que abraza, acepta y comprende al niño/a tal y como es. Es así como aprendemos a amarnos y aceptarnos, en lugar de juzgarnos y castigarnos. Es así como empezamos a perdonarnos.

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LA VOZ DE MI NIÑO

Cuando empezamos a dar pasos para reconciliarnos con nuestra parte vulnerable, es imprescindible que recuperemos un espacio de comunicación con nuestro Niño Interior, y establezcamos un vínculo de seguridad y protección donde pueda darse un expresión sincera y real.

Es decir, ante todo nuestro Niño necesita expresarse y eso quizás implique dar voz a emociones o sensaciones que quizás inicialmente no me parezcan agradables. Por supuesto que eso es un mero juicio, una creencia que etiqueta e invalida partes de mi, dificultando su sana expresión. Para ello necesito respetar su ritmo y darle tiempo para que pueda sentirse con fuerza y ánimos a compartir y expresar aquello que quizás no ha podido exteriozar antes.

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Me puede ayudar darme cuenta de que cualquier emoción, por intensa o abrumadora que me parezca, no es más que un conjunto de sensaciones corporales que puedo observar, permitir y soltar a medida que vayan siendo validadas y expresadas. Puede servirme entender cuán importante es la observación y posterior abandono de los pensamientos que suelen acompañarlas, puesto que perderme en ellos y creérmelos es la forma más habitual de extraviarme y confundirme con los juicios de la mente y dejar de sentir el cuerpo.

El primer paso para sanar a ese Niño/a Interno es, precisamente, permitirlo ser víctima de lo que fuera que vivió. Quizás eso derive en una explosión de rabia, o en un llanto profundo, lo que sea estará bien con tal de ofrecer una vía de expresión por todo el dolor enterrado.

Porque a menudo juzgamos nuestro posicionamiento de víctima como indeseable, sin darnos cuenta de que sentirse víctima es una necesidad con un propósito muy importante: el permiso de derrumbarse, de asumir que no sabemos, que no tenemos el control, que no somos culpables de nada y que, en lo profundo, seguimos siendo esos niños/as vulnerables, inocentes e indefensos que necesitan amor, guía y atención.

RECONCILIACIÓN

Una vez comprendemos cuáles son las heridas de nuestro Niño Interior y descubrimos la forma en que aprendimos a compensarlas, tomando consciencia también de sus necesidades no resueltas y las estrategias de las que nos servimos para conseguir colmarlas, solo nos queda una cosa: tomar responsabilidad sobre todo ello.

Necesitamos observar, explorar e identificar nuestras estrategias y formas de compensación, pero no para etiquetarnos y juzgarnos por ello. No se trata de buscar cambiar ni modificar nada, sino de aprender a sentir compasión por las vías que adquirió nuestro Niño para poder sobrevivir en este mundo. Toda esta exploración y toma de consciencia no sirve de mucho si no la encauzamos hacia el amor y la compasión.

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Mientras continuemos mirándonos y relacionándonos con nosotros mismos desde la culpa y el miedo, a través del juicio y la exigencia, ninguna herramienta servirá para traernos más paz y comprensión. Emplearemos cualquier aprendizaje o información como una nueva forma de autopresión y conflicto.

Por encima de todo necesitamos perdonarnos, reconciliándonos con nuestro Niño Interior, y poniéndonos en paz con los recursos y herramientas que adquirió, integrando para ello el propósito de cada una de ellas.

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Cuando comprendemos el motivo o razón de lo que hacemos, podemos comprender también el anhelo de paz y amor que siempre se oculta tras ello.

Al entender cuáles fueron las necesidades de ese Niño, y descubrimos que todavía siguen ahí, bajo la percepción infantil de que continúan insatisfechas y que nadie podrá saciar/colmar dicho vacío, podemos empezar a sentir compasión por nuestra propia vida.

Y es que al final, todo movimiento de introspección y exploración interna solo tiene un único próposito: conectarme con el amor que ya existe en mi, de forma consciente y voluntaria, al tiempo que suelto el miedo y la culpa con la que aprendí a tratarme desde mi propia infancia.

Me reconcilio conmigo mismo, cuando decido empezar a aceptarme a través del perdón.

Y el perdón se produce tan pronto comprendo que, en vez de juzgarme, puedo elegir amarme.

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