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  • Roger 

EL AMOR

QUE SOMOS

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De un modo u otro, el amor siempre está «presente» en nuestras vidas. Generalmente lo vivimos con la percepción de ausencia, ya que sentimos que lo perdimos, que aún no lo obtuvimos o que nos fue arrebatado. Es el estado que más deseamos y que marca la dirección de todos nuestros actos, por lo menos a nivel consciente. ¿Pero se puede alcanzar el amor mientras lo vivamos como propósito?

Por duro, difícil e imposible que nos parezca, toda situación de vida, por problemática o dolorosa que la consideremos, nos recuerda, invita o conduce al amor.

Evidentemente que no podemos ver eso cuando estamos “atrapados” en dichas situaciones de dificultad o conflicto… A veces ocurre que una consciencia humana sobrepasada por los hechos de repente toma consciencia y conecta con ello al quebrarse todo su mundo y tocar fondo. Pero no siempre es así. De hecho, generalmente solemos sentir justo lo opuesto: que el amor nos ha abandonado.

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A menudo, los grandes problemas o conflictos vitales nos empujan a lugares de extrema incomodidad, dolor o sufrimiento. Y es a través de esas vivencias, que nos sirven de contrapunto y contraste, que se nos despierta la imperiosa necesidad y aflora el anhelo de reconectar con el amor y la paz que creemos haber perdido.

LO QUE NOS FALTA

El amor se presenta entonces como proyección de lo que nos falta y, por extensión lógica, en objetivo y deseo de que necesitamos. Como sombra de lo que hemos sido privados y, por consiguiente, debemos conseguir, el amor emerge como una promesa de salvación.

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Todos tenemos una idea interna de lo que significa el amor a lo largo de una vida. Todos disponemos de un recuerdo, ya sea en forma de profunda experiencia transformadora o de ligera sensación, que nos devuelve y retrotrae al amor.

Y que, por supuesto, nos permite contrastar situaciones y compararlas con la imagen ideal que hemos construido en nuestras mentes: “ojalá esto fuera distinto o hubiera ocurrido de otro modo”.

Pero la pregunta es: ¿nos sentimos dignos de vivir el amor? ¿Acaso creemos que nos lo merecemos? La respuesta fácil es “sí”… ¿quién, a simple vista y en su sano juicio, diría lo contrario?

(NO) ME LO MEREZCO

La realidad es que, muy a menudo, somos nosotros mismos quienes boicoteamos la posibilidad de experimentar el amor o sentirnos amados. Sin darnos cuenta, puesto que suelen ser movimientos inconscientes, empleamos pensamientos del estilo “todo va demasiado bien” o “algo tiene que pasar, esto no es normal”; o directamente torpedeamos relaciones o situaciones porque nos sorprendemos de que vayan singularmente bien.

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A veces a raíz de creencias internas respecto a nosotros mismos, que invalidan nuestro derecho al amor, como el nuclear “no me lo merezco” o “no lo he hecho bien”, o los clásicos “no puedo”, “no debo”, “soy incapaz”…

Otras debido a la culpa y vergüenza profundas de considerar que no debemos ser felices, con ideas vinculadas a los otros, como: “en un mundo con tantas desgracias, ¿cómo puedo yo disfrutar?”; o “Con todo lo que sufre mi familia (o pareja, o quién sea), ¿cómo voy a estar yo bien?”.

Pero si nos cerramos al amor no es porque sí. No es porque seamos extrañamente masoquistas. La mayoría de nosotros aprendimos a ver el mundo de una manera muy concreta: si me porto bien, si hago lo correcto (según los adultos que me eduquen) voy a obtener la nutritiva e insustituible recompensa del amor.

EL AMOR COMO TRUEQUE

Ya fuera en forma de aprobación y aceptación, de admiración y validación, de atención y cariño físico, de presencia emocional; o simplemente por contraste con los habituales juicios, broncas, críticas o recriminaciones; o incluso por medio del leve placer de evitación de una violencia o abusos recurrentes…

Cada uno hemos aprendido a complacer las voluntades y necesidades de nuestros adultos a fin de recibir su mirada de amor, y sentir así que existíamos y podríamos sobrevivir.

Por muy bien que trataran de educarnos, la mayoría de nosotros aprendimos que solo obtendríamos amor (y en esas edades “amor” es sinónimo de “supervivencia”) si éramos dignos y merecedores de ello. ¿Y cómo nos hacíamos dignos y merecedores? Pues cumpliendo los requisitos y condiciones que el mundo que nos acogió nos impuso.

Estas condiciones externas fueron interiorizadas hace ya mucho tiempo, y se convirtieron en certezas incuestionables para cada uno de nosotros.

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Si no me esfuerzo”, “si no consigo esto”, “si no me lo he ganado (con el sudor de mi frente)”, “si no escucho a…”, “si no hago caso (o soy obediente)”, “si no soy bueno, o justo, o correcto, o…”, son algunos tipos de creencias que nos supeditan a sentirnos amados o felices solo si cumplimos con el rol de “niños buenos” que esperaban y agradaba a nuestros padres.

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Pero también hay creencias que nos condicionan a todo lo contrario: “si no lucho”, “si no me rebelo”, “si no demuestro que…”, “si me relajo demasiado…”, “si no me protejo o me defiendo”, “si no llamo la atención”, “si no me ven (al precio que sea)”… En este caso, quizás romper con lo esperado y destacar a toda costa fue lo que nos permitió sobrevivir.

EL MALTRATO DE LA INDIGNIDAD

Sea como sea, cada vez que internamente nos sentimos indignos (básicamente porque no cumplimos lo que se esperaba de nosotros, o no lo suficientemente bien) empezamos a maltratarnos a nosotros mismos, puesto que tampoco nos sentíamos merecedores de amor. Y así es como adquirimos un patrón de conducta muy marcado e inconsciente:

solo podré sentir y vivir el amor

cuando logre ser plenamente

digno y merecedor de él.

¿Y eso cuándo ocurrirá?

Nunca… y ahora.

Hay dos formas de responder a esta pregunta: nunca ocurrirá si sigo tratando de conseguir ganármelo, o simplemente espero que las condiciones se cumplan y yo me sienta merecedor de que el amor me llegue desde afuera, para así poder salvarme.

Y, a la vez, eso solo podrá ocurrir ahora porque únicamente en este eterno momento presente es cuando puedo llegar a experimentar el amor conmigo y hacia mi mismo.

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Porque el amor que anhelo que proceda del exterior siempre estará supeditado a que me lo gane, lo pelee, lo compita, lo obtenga, falseándome a mi mismo a expensas de cumplir expectativas imposibles de satisfacer.

Desde esta postura exigiré amor, lo pediré, rogaré, buscaré, mendigaré, intercambiaré, manipularé, compraré, me venderé y prostituiré, complaceré, obedeceré… para que algún alma compasiva me recompense con migajas de amor que, en realidad, nunca podrán saciarme, puesto que yo mismo no termino de creerme que sean reales, auténticas y duraderas. Puesto que, además, en cualquier momento podrá retirarme dichas muestras, arrebatándome lo poco que había conseguido para que termine sintiéndome engañado, traicionado, abandonado, rechazado o humillado.

EL AMOR QUE NO SE GANA

En definitiva, el amor que me tengo que ganar, no es amor real. Es tan solo una transacción, es dinero a cambio de un trabajo, una profesión que complazca y esté aprobada por el otro: el “otorgador de cariño” que, por otro lado, también demandará y exigirá su cuota de nuestro amor a cambio.

El amor que llega de nosotros, desde adentro, no está condicionado por nada, a excepción de nuestra presencia y nuestra consciencia enraizadas en este instante presente.

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Porque tiene que ver con nuestra propia naturaleza, nuestra auténtica forma de ser, nuestro estado de confianza esencial, con el que nacemos, antes de aprender a complacer y adaptarnos al mundo.

Es el amor que somos… que estaba antes de cualquier experiencia humana, y seguirá estando cuando la forma del cuerpo se desvanezca para liberar el amor del que se compone nuestra alma.

Mientras estamos viviendo bajo las heridas de indignidad y no merecimiento, apenas somos conscientes del amor que ya somos (oculto precisamente detrás de esas mismas heridas).

Pero es precisamente a través de todas esas situaciones de vida (por duras e injustas que nos parezcan) que empezamos a hacernos conscientes de lo que hemos olvidado ser.

LO QUE OCULTA EL PRESENTE

Como sombras deseables de lo que creemos carecer, como espejismos del anhelo de lo que nos gustaría merecer, nuestro derecho al amor va asomando poco a poco… A veces por medio de dolorosas frustraciones y privaciones varias, con aspecto de injusticias o castigos, pero el amor siempre está ahí, como un halo de promesa que lo envuelve todo, como un horizonte de esperanza que nos mantiene en movimiento.

Pero no es hasta que me doy cuenta de que ya merezco y soy digno de amor por el hecho de estar vivo, que dejo de buscarlo en las promesas y esperanzas de un futuro que nunca llega, y empiezo a encontrarlo en este mismo momento presente que siempre ha estado aquí conmigo.


Solo este instante presente

ha estado siempre junto a mi,

y nunca me ha abandonado.

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Su composición es única,

pues que está hecho de

la misma presencia de amor

que creó mi Ser.

No hay separación real entre

este momento y la vida que yo soy.

Yo y este instante somos Uno,

y ambos nos reconocemos,

en el Amor que ya somos. 

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