MI ÚNICO
PROBLEMA
Mi único problema es la creencia en que me falta algo… Que estoy convencido de que no tengo y carezco de algo esencial, y que, por lo tanto, necesito conseguirlo para poder ser, finalmente, feliz y quedarme en paz. La incuestionable identificación con esta idea me lleva a buscar eternamente aquello de lo que creo carecer, impidiéndome vivir este momento presente.
El otro día, realizando los ejercicios del Curso de Milagros, repasé la liberadora verdad de esta sentencia: “mi único problema es la separación… y en realidad no existe”. Y, de repente, tomé plena consciencia de ello. Todos mis problemas, conflictos y dificultades proceden de esta percepción interna.
Siempre que considero tener un problema, parto de la sensación de estar separado de la solución. ¿Y qué sería la solución? Más allá de la forma que tome para cada uno de nosotros, dicha sensación siempre conlleva la promesa y esperanza de sentirme tranquilo y en paz: feliz.
Es decir, cuando nos percibimos en un problema, estamos convencidos de que no existe la paz, y que necesitamos solventarlo, corregirlo o eliminarlo para conseguir esa ansiada paz de nuevo.
¿Pero qué ocurre, realmente, cuando conseguimos solucionar un problema? ¿Logramos acaso quedarnos en paz? Y, en caso afirmativo, ¿durante cuánto tiempo se mantiene dicha paz?
PROMESAS DE PAZ FUTURA
La paz jamás permanece en el mismo lugar que yo, cuando miro desde los ojos del ego… que es la mirada de la separación. Me he creído separado de la paz, para así poder sobrevivir como ego, con sus objetivos y propósitos que, a su vez, anhelan, prometen y luchan para obtener esa misma paz que nunca llega del todo.
En todos lugares veo y me esperanzo con las expectativas de salvación: “esto sí que funcionará”, “cuando llegue este día”, “cuando consiga esto”, “cuando se solucione”, “cuando se termine”, “cuando, cuando, cuando…”.
Todas mis esperanzas de salvación son en vano. Se desvanecen tanto cuando consigo lo que esperaba, me alegro medio minuto y empiezo a buscar otra cosa, como cuando no lo logro y me frustro porque “la vida me pone trabas” o la gente está “contra mi”.
Este es el sistema del ego, centrado en la carencia y la necesidad, la promesa de salvación, la búsqueda de soluciones, la frustración… y vuelta a empezar. Un sistema construido sobre la incuestionable idea de separación.
SEPARADO DE LA FELICIDAD
Cuando creo que estoy separado de lo que me va a aportar paz y felicidad, la vida entera se convierte en una lucha para obtenerlas, ganarlas, pelearlas, exigirlas o suplicarlas. Sea un coche, un trabajo, una pareja, un viaje, mejor sueldo, mejores amigos, más clientes, mejor suerte, más dinero, más salud, más amor, menos desgracias, menos problemas…
Tome la forma que tome, a ojos del ego, la paz y la felicidad que todos anhelamos queda oculta detrás de ciertos ídolos y promesas, separándolo de nosotros y de este mismo momento presente.
La separación que teje nuestra percepción es tanto a nivel de forma como de tiempo. La felicidad está ahí fuera, en eso o eso otro, y en el mañana. Desde esta perspectiva el ahora es sinónimo de vacío y escasez, y nuestra soledad de tristeza e infelicidad.
Aquí es donde el cuestionamiento de nuestra percepción puede ayudarnos.
Mi único problema es mi creencia en la separación… una separación que, a pesar de mi pleno convencimiento, no es real. Cuestionar esa idea significa que, en realidad, no estoy (ni nunca he estado) distanciado de la paz, el amor o la felicidad. Pero me he creído que sí.
Prácticamente toda la educación del mundo me ha llevado a convencerme plenamente de que es así… Y los ojos de mi cuerpo lo corroboran al distinguir tantas formas como cuerpos separados percibo a mi alrededor.
Pero cuando pongo todas mis esperanzas de salvación en el exterior, los otros y el futuro… me estoy condenando a no sentirme nunca pleno y satisfecho en el presente.
Porque es solo aquí y ahora, donde el velo de las formas cae y descubrimos la unidad, que es posible la paz y la felicidad. Ya que felicidad y paz, como el amor, tan solo existen en el presente; y en este mismo espacio habitamos nosotros, cuando soltamos la percepción dividida del ego.
LA BÚSQUEDA EN QUE ME PIERDO
Al darme cuenta de que esa paz y esa felicidad que tanto busqué no están en ningún lugar ni tiempo futuro, ni tampoco en nadie externo a mi, mi percepción del vivir se transforma. Ya no hay falsas esperanzas de salvación futura que me tienten a seguir buscando, sino la certeza de que toda búsqueda que me distancie de mi y de este instante derivará en otra nueva frustración.
Y puedo entonces comprender que la paz y la felicidad que imaginé para cuando cumpliera mis deseos, si la puedo imaginar es que la puedo sentir. Y si la estoy imaginando, lo estoy haciendo ahora. Y si imagino que la siento, es que también la estoy sintiendo en este instante presente.
Y si la siento ahora… ¿para qué mover cielos y montañas, y pelearme con el mundo entero, para conseguir sentir justo lo que estoy sintiendo ahora?
Simplemente porque he creído que no está en mi. Que tengo que ganármela, que he de merecerla haciendo tal o cual cosa… Que debo conseguirla con esfuerzo y el sudor de mi frente. Que no seré digno de vivir esa paz ni esa felicidad hasta que demuestre lo que valgo, que soy válido, digno, que me lo he ganado a pulso…
DIGNO DE MERECER
Toda esta fantasía de poner condiciones a la paz y la felicidad que ya puedo sentir ahora, y posponerla para un mañana que cumpla todos los requisitos, procede de otra profunda creencia que es también base de nuestro ego: no soy digno y, por lo tanto, no merezco.
Estoy convencido de que tengo que hacer lo que haga falta para demostrar que soy digno. Y cuando demuestre que lo merezco, entonces sí, entonces me habré ganado el premio de la paz y la recompensa de la felicidad.
¿Y quién establecerá que ya me lo merezco y soy digno de ello? Pues el mundo que me rodea, lleno de otras personas que quizás se sienten igual de indignas e inmerecedoras que yo (la separación no existe, ¿recuerdas?), con sus juicios, alejados de la paz y la felicidad, dictaminarán que ya he pasado la prueba.
Aunque después tendré también que pasar el examen de mi propio ego, con sus creencias, críticas, quejas y valoraciones, para terminar de validar la opinión del mundo… y así acabar de convencerme de que sí, ahora sí, “ya puedes sentirte feliz y en paz”. “¡Pero ahora no lo estropees!… porque sino, ¡pierdes todo lo ganado!”.
NADA QUE RESOLVER
El camino del ego es la vía de la separación, por lo que no es posible que el ego conduzca a una felicidad real y duradera. Si mi único problema es mi creencia en la separación… es al darme cuenta de que no estoy separado de mi paz, ni de mi felicidad, cuando comprendo que jamás existió, en verdad, dicho problema.
Mi felicidad siempre ha estado aquí, a mi alcance, tan solo tuve que dejar de convencerme de que no era digno ni merecedor de ello, para experimentarla; de que no tenía que ganármela, ni demostrar nada, solo tenía que abrirme a sentirla.
Y cuando descubrí que el destino de toda mi búsqueda era quedarme justo donde esta había empezado, comprendí que la única salvación posible pasa por aprender a rescatarme a mi mismo en este mismo momento presente.
Y es entonces cuando el orden de prioridades de una vida se modifica: dejamos de creer en los espejismos y promesas del futuro, para empezar a centrarnos en las oportunidades y regalos de nuestro presente.