DEJAR DE ESTAR
EN GUERRA
De un modo u otro, todos los seres humanos albergamos una guerra interna entre cómo nos creemos que somos y el ideal respecto a lo que querríamos ser. Dicha batalla constante afecta nuestra autoestima y nos arrebata buena parte de nuestra energía vital. Pero oculta un gran tesoro: detrás de nuestras expectativas y esperanzas de lo que lograremos si alcanzamos nuestro ideal, reside el secreto de nuestra felicidad y de la paz de nuestra alma.
UNA BATALLA INTERNA
Lo mejor que puedes hacer por ti es dejar de estar en guerra. Deponer las armas, dejar de atacarte y simplemente rendirte.
Llevas demasiado tiempo intentando controlarte. Tratando de mejorar y construir tu mejor versión. Juzgándote si lo que haces es correcto o no… Presionándote para cambiar, para ser mejor… Comparándote con otros seres humanos y defraudándote porque crees no estar a la altura.
Empujándote y forzándote a mejorar, y mejorar, y mejorar… Y fustigándote porque no lo has hecho suficientemente bien, porque otros lo hacen mejor, porque no estás siendo adecuado, porque no lo hiciste de la forma correcta… O porque no estás centrado, o no estás haciendo lo que tendrías que hacer.
Tanto tiempo llevas tratando de demostrarle al mundo que eres apropiado… Mirando de probar que eres digno y merecedor… ¿Pero a quién tratas de demostrárselo?
Quizás creas que a papá o a mamá, o a tu jefe, o a tu pareja, o tus hijos, o a tus amistades… Lo cierto es que, hasta ahora, quizás intentaras convencerlos a ellos de quién o qué eres, pero es solo para demostrártelo a ti mismo.
Para creerte de una vez por todas que eres adecuado tal y como eres.
EL CONFLICTO INTERMINABLE
Pero no parece que haya nada que termine de convencerte… Cada logro, cada meta o gesta que cumples, cada sueño que satisfaces, sirve durante un breve período de tiempo. Pero no funciona para siempre, porque tarde o temprano vuelve a faltar algo… Nunca, hagas lo que hagas, es suficiente. La sensación de fracaso o derrota, y la frustración o decepción consecuentes, han regresado.
Y vuelves a exigirte, y te maltratas porque no lo lograste, o no cumpliste lo prometido, o no conseguiste lo que te propusiste… Y empiezas a castigarte porque no sabes, o porque te sientes perdido. Porque te ves como un inútil. Porque te crees que eres demasiado vergonzoso o tímido.
O porque tienes miedo y te cuentas que no deberías tenerlo. Porque te percibes bloqueado. Porque te consideras débil o insignificante.
O quizás sea porque sientes que no tienes esperanzas, ni ganas, ni fuerzas… Ni motivación. Porque te dices que no tienes suficiente fuerza de voluntad. Ni encuentras nada que realmente te interese o te motive.
Esta es la guerra que acontece en ti demasiado a menudo.
Esta es la guerra que necesitas abandonar…
Porque solo renunciando a ella, podrás ganarte a ti.
PERDONAR LA LUCHA
Todo esto, a lo que tan y tan acostumbrado estás, es la munición… Son las armas de esta batalla que nunca termina. Es posible que a veces tengas la fantasía de que atacarte a ti mismo te permite avanzar, coger fuerzas y seguir adelante.
La realidad es otra muy distinta: cada vez que te atacas y te presionas y te juzgas… dejas de amarte. Dejas de aceptarte. Dejas de saber quien eres… Para obligarte a ser otro.
Y fantaseas con que siendo esa «otra persona«, todo tendrá sentido al fin y podrás sentirte realizado. Anhelas convertirte en un ser humano que no existe, negando y despreciando al único ser humano que ahora eres… El único que podrías ser en este justo instante de tu vida.
Y te desconectas del momento presente, te desconectas de ti. Y pierdes toda tu fuerza. Te pierdes a ti mismo.
Aquí y ahora, puedes decidir dejar de pelearte contigo mismo.
Aunque incluso eso, esta decisión, este compromiso, puede llegar a convertirse en una nueva guerra. ¿Porque qué ocurre si después de establecer esta promesa vuelves a pelearte contigo mismo?
Quizás creas que has fallado, que volviste a fracasar… Incluso en esto. Y en esta percepción de fracaso, volverás a estar en lucha. Vuelves a estar en guerra.
El Camino de la Paz implica una constante e infinita compasión hacia ti mismo. Un paso detrás de otro, atendiéndote sin perder el contacto contigo mismo.
Y cuando lo pierdas, perdónate: lo hiciste lo mejor que supiste, estás aprendiendo a amarte. Y cuando te olvides, perdónate: has hecho lo que has podido, y ante todo necesitas tu propia comprensión. Y cuando te desconectes y te pelees de nuevo contigo mismo, perdónate: de haberlo sabido hacer mejor, sin duda lo habrías hecho… Por lo tanto, siente compasión por tu camino de aprendizaje.
El Camino de la Paz solo conoce un lenguaje: el del Amor, el de la Compasión y la Aceptación.
PAZ INMORTAL
Y aquí estamos, tratando de poner en palabras esta guerra interna. Esta gran confusión que, en realidad, no es tal… porque toda batalla es un espejismo en que me he convencido que puedo luchar contra mi mismo. Y la realidad es otra: no puedo luchar contra mi, porque no soy dos personas… ni siquiera soy dos partes. Aunque me crea que sí.
La realidad es que soy una única presencia… Extendida por doquier, a todos lados, infinita… Confundida a veces al hacer un uso de lo que parece un cuerpo separado e individualizado.
Pero la Presencia es una. Y es desde ella, desde esta observación, que me doy cuenta de que la batalla nunca ha empezado. Ni nunca lo hará.
La Paz estuvo aquí antes incluso que se fraguara esta mente que pelea con sus propios sueños, y enfrenta pensamientos, ideas y fantasías que jamás existieron. La Paz sigue aquí, en lo profundo, detrás de todas las formas, imágenes y espacios.
La Paz está aquí y ahora, sosteniendo todas las fantasías que se posan en este instante y más allá de todos los sueños de una mente confundida. La Paz reside dentro y al otro lado de la absurda guerra que libras contigo mismo.
Una guerra que acontece en ti demasiado a menudo.
Pero esta es una batalla que jamás podrás ganar.
Porque cualquier pelea que libres para vencer,
te enfrentará más profundamente contigo mismo.
Esta es una guerra que necesitas observar y entender…
para descubrir que hay un modo de renunciar a ella,
mientras aprecias que fue gracias a ella
que hallaste la Paz.