¿QUIÉN SOY YO?
¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra auténtica identidad? Tradicionalmente los seres humanos nos hemos identificado y definido a partir de distintos aspectos: nuestro cuerpo y apariencia física, nuestros actos y conductas, nuestras posesiones, títulos o estatus, logros o metas, y de forma particular a través de nuestros ideales y creencias. Todo ello caracteriza y etiqueta a la personalidad individualizada que hemos edificado separándonos del resto del mundo, ¿pero quién o qué somos, en realidad, más allá de las construcciones del ego?
HABITAR MI ESPACIO
Cuando me relajo, cierro los ojos y respiro en mi, doy espacio a todo aquello que mi consciencia recorre. Sean partes del cuerpo, sensaciones, tensiones, emociones o lo que se presente. A veces mi atención se distrae con estímulos exteriores… y me despisto. Hasta que me percato de ello y vuelvo a ocupar mi espacio interno… a habitarme.
Porque cuando me deshabito, me he perdido en el exterior, me he extraviado en pensamientos que simulan trasladarme muy lejos de aquí: a cualquier otro instante más allá de este momento presente.
Las palabras sobran cuando vivo desde la sensación de ocuparme en esta presencia que siempre me acompaña. Una presencia que lo contiene todo: emociones, sensaciones y pensamientos. Una presencia que todo lo abarca.
Esta presencia existe eternamente ahora, demostrando a cada instante que pasado y futuro no son reales fuera de mi mente. Insinuando que su suave esencia, compasiva y expansiva, está en todas partes y abraza a todo el mundo.
No se puede separar la presencia que siempre nos acompaña, del momento presente que todo lo abraza. No es posible distinguir el amor que me llena de paz y vacía mi cuerpo de culpa, de la felicidad que se expande en todas direcciones cuando me siento unido y conectado con la vida entera.
Y cuando aquello que se presenta en la consciencia es intenso, o incómodo, o doloroso, o desagradable… simplemente es porque necesita que le haga más espacio, aquel espacio que se adquiere cuando renuncio a las resistencias… A resistirme a la sensación, sea cual sea.
Se me está invitando a tomar consciencia de su existencia y permitir que se exprese del modo en que necesite expresarse.
CONSCIENCIA DE SER
Porque soy consciencia… Capacidad de observación y presencia. Y me muevo a través de la atención. Allí donde pongo mi mirada y atiendo, ya me he identificado con ello. Y he creído que eso es mío, que eso soy yo.
Sea el cuerpo físico con su sensibilidad, sensaciones y dolores, sea la mente con sus ideas, creencias y pensamientos, o incluso el mundo que me rodea por medio de las personas, objetos y herramientas a las que me apego y considero propias.
Mirar y atender cualquier cosa significa vincularme con ello. Cuando hay un espacio claro entre quien observa y aquello que es observado, todavía puedo mantenerme al margen. Esto es lo que me ocurre con otros seres humanos que, aunque a veces me confunda, sé que no son yo… Como también me pasa con todos aquellos elementos físicos del mundo material que mis sentidos perciben fuera de mi. Incluso cuando los hago míos y los vivo como parte de mí, sigo reconociendo que yo no soy exactamente ellos. Que somos distintos, que estamos separados.
A medida que nos desplazamos hacia adentro, y empezamos a carecer del espacio físico y las formas materiales, la identificación es más sutil, se complica y penetramos en otro nivel.
Todo cuanto ocurre a nivel mental, físico-corporal o en el ámbito emocional, al experimentarlo sin distancias y desde una cercanía que no nos es tangible ni podemos medir, conlleva la inevitable dificultad de separarme y distinguirme de todo ello.
Yo me creo que soy cada una de mis ideas y pensamientos… del mismo modo que creo ser mis emociones y mis sentidos, y cada una de las sensaciones físicas o térmicas que experimenta este cuerpo que reconozco como mío. Yo soy mi cuerpo, soy mi mente y soy mis emociones… Y, a la vez, no soy ninguna de ellas.
Puesto que lo que en realidad soy es consciencia… Es decir, esa energía de presencia constante y sostenida que nos envuelve, penetra y define. Cuando empiezo a descubrirme y reconocerme como tal, puedo comprender que no hay diferencia entre lo que llamo amor, vida, Espíritu, Dios y el momento presente.
PRESENCIA DE AMOR
Todo eso, que no son muchos sino un único Ser, es lo que soy yo. Y cuando me muevo es a través de la atención que se focaliza en todos los distintos aspectos de esa realidad que llamamos Creación. Ahí, en ese movimiento de atención, en esos vaivenes de foco, es donde me confundo… Y me creo que soy lo observado, olvidándome del Observador.
Pero no hay posibilidad de olvidar eternamente, ya que, para empezar, la noción del tiempo se proyecta en esta dimensión nuestra para encargarse de desintegrar la mera idea de que somos cuerpo o mente. Tarde o temprano me va a tocar recordar, y eso ocurre siempre en este momento presente… que es todo lo que en verdad soy, he sido y podré ser.
Es aquí y ahora donde me doy cuenta de que es más allá de todas mis presuntas identidades, donde en verdad encuentro quién soy yo. Que todas las máscaras y caras en las que me he reconocido y que he creído ser, siempre han ocultado mi auténtico Ser, aquella presencia sobre la que se sostuvo todo el sueño y fantasía de la forma física y el mundo material.
Esa red invisible que, como una pantalla o un lienzo oculto, reside detrás de todas las cosas que aprecian los sentidos físicos. Ese espacio atemporal más allá de todos los lugares y todos las épocas…
Esa energía inabarcable que lo contiene todo instante a instante… Esa magia que mantiene unido todo el Universo expresado en luz y oculto en sombra… Esa consciencia que observa, atiende y es consciente de todo y de nada.
Esa Unidad que, más allá de las fantasías de mi mente, jamás puede ser escindida ni separada.
UNIDAD INDISOCIABLE
Porque no me puedo separar del momento presente. Es imposible… No hay forma humana de que yo me distancie, de que salga, de que me pierda del momento presente. No puedo separarme de él. Así como tampoco puedo hacerlo de mi conciencia.
Quizás pueda dormirme, anestesiarme, o drogarme… O también puedo fantasear con las ilusiones o los delirios que a veces plantea la mente, o distraer mi percepción para creer que me he desconectado del mundo o simular haberme olvidado de mi mismo y la vida que me rodea.
Pero, por mucho que me esfuerce, soy incapaz de alejarme realmente de este instante y la consciencia que lo habita. No puedo distinguirme de él. Toda distinción es un juego de mi mente, una fantasía de la percepción. La realidad es que no puedo alejarme, no puedo escapar del momento presente.
Y eso es por un simple motivo: yo soy el momento presente.
De aquello de lo que no me puedo alejar, de lo que me resulta imposible separarme, ni puedo distinguirme, significa que eso soy yo. Puedo observar mis pensamientos, puedo contemplar mis emociones, atender las sensaciones de mi cuerpo… Puedo observar también el mundo que me rodea y las personas que lo pueblan.
Pero no puedo observar el momento presente. Porque cuando trato de observarlo, me he convertido en él.
Tan solo puedo habitarlo, sentirlo, transformarme en él… Y eso es porque en realidad yo no puedo dejar de ser sino presente… Un constante testimonio del transcurrir infinito de este instante presente. Solo eso, nada más.
La magia amorosa y expansiva de este instante desplegándose y aconteciendo aquí y ahora, segundo a segundo, paso a paso, aliento a aliento, ahora.
Yo soy eso… Tú eres eso. Todos lo somos, en realidad.
Recordarlo es experimentarlo. Y reconocerse como tal.
A partir de esta revelación quizás puedo seguir jugando a ser cuerpo o mente,
pero ya no existe confusión posible que me lleve a olvidar mi verdad.
Que ninguno de nosotros estamos separados de este instante presente,
que no podemos distinguirnos del amor que nutre y llena la realidad,
ni somos capaces de distanciarnos de la pura presencia divina de un Ser
que nos abraza, nos sostiene,
nos da vida y a todos nos contiene.