DOS VÍAS,
UN DESTINO
A lo largo de nuestras vidas parecemos tener una constante presión para tomar todo tipo de decisiones, sumada a la autoexigencia de que además sean las correctas. En realidad, toda elección en su esencia implica dos opciones elementales: o me muevo desde el miedo y el recelo, o lo hago desde el amor y la confianza. En cada instante presente tengo oportunidad de escoger entre ambos caminos.
Hoy no sé de lo que voy a hablar. No tengo ni idea sobre qué escribir. Y es precisamente este espacio vacío, fuera del control de la mente y la creación anticipada, el que quiero ahora explorar.
Esto mismo, este «fenómeno», bien podría trasladarse a todo momento o ámbito de la vida. Puedo experimentarlo a la hora de escribir, de hablar, de trabajar, de moverme, de socializar, de vestirme, de comer, etc. Me abre a un lapso de tiempo que queda fuera del tiempo lineal que conoce mi mente: rompe con los conceptos mentales de pasado y futuro, para penetrar en un espacio de eternidad en que todo es posible.
Básicamente hace referencia a la entrega al momento presente y al acompañamiento, segundo a segundo e instante a instante, de lo que transcurre aquí y ahora.
Cuando no sé qué ocurrirá, y carezco de toda posibilidad de gestionar lo que está por venir, tengo siempre dos opciones: o me abandono al miedo, o descanso en el amor.
LA VÍA DEL MIEDO
Entregado al miedo, la mente temerosa y ansiosa toma el control. Desde el pánico a sentir dolor o sumirse en el sufrimiento de las propias heridas, y con voluntad protectora, empieza a anticipar posibilidades de todo tipo para prepararse para afrontarlas.
Nuestra psique interpreta entonces el mundo que se presenta en este próximo momento presente, como una afrenta o batalla a la que hacer frente.
Todo nuestro entorno puede llegar a percibirse desde la dicotomía del ataque y la defensa. O me preparo debidamente para lo que está por venir, o seré agredido de alguna forma que aún desconozco. Lo único que, de hecho, conozco es la guerra, el abuso y el conflicto.
No puedo relajarme porque no sé por dónde me vendrá el siguiente golpe, ni puedo permitirme confiar porque creo que, al soltar el control, pierdo toda posibilidad de protegerme o defenderme.
La vía del miedo es, por lo tanto, el camino del estrés constante, la desconfianza, la desconexión y la hipervigilancia. Me lleva a anticipar, a controlar, a manipular, a criticar, a juzgar, a pelear, a compararme,… a mantenerme, en definitiva, en un constante estado de alerta para garantizar mi supervivencia (que percibo en riesgo continuamente).
Esta vía se nutre y perpetúa mediante la ansiedad, la culpa, la confrontación y la impotencia.
LA VÍA DEL AMOR
Cuando decimos que la otra alternativa implica «descansar» en el amor, ya contiene el significado implícito de relajación. Es precisamente lo opuesto a la vía del miedo. Desde aquí me doy permiso a confiar… sobre todo en mi, y en las capacidades internas que residen en mi interior, para amoldarme a todas aquellas situaciones que puedan presentarse.
En esta confianza o fe en lo que está por venir (que es confianza en mi mismo) reside mi fuerza y autoridad personal. No como cuerpo o individuo separado del resto, sino como ser en continuo aprendizaje a través de este camino al que llamamos vida. Me conecta con la inspiración, la espontaneidad, la improvisación, la capacidad de aprender y maravillarme, la creatividad, el goce y alegría de mi presencia, la paz, la abundancia y plenitud, la apertura y receptividad, y la suave compasión de mi vulnerabilidad.
Desde la mirada del amor concibo el mundo que me rodea desde otro ángulo: puedo mirar a los demás desde la empatía de apreciar las similitudes que compartimos, en lugar de centrarme en nuestras aparentes diferencias. Puedo comprender y abrazar las dificultades e incongruencias del otro, puesto que, en realidad, son reflejo de las mías propias.
Me doy cuenta de que cada vez que creo que me han hecho daño, ha sido una de mis heridas la que se ha activado a través de la interrelación con el otro. Y eso me ofrece la oportunidad de ver y atender ese dolor que no es del otro sino mío. La vía del amor lo incluye todo, no juzga ni excluye nada. Porque en cada juicio, crítica o exclusión se oculta el miedo.
Y el amor no teme, sino que contiene; ni rechaza, porque que todo lo abraza.
LO QUE AMA AL MIEDO
A través de la mirada del amor puedo dar espacio y lugar a lo que sea que ocurre en este instante presente. Incluso al miedo de la otra vía. Porque cuando dejo de resistirme a lo que siento, al permitirme vivir lo que sea que estoy experimentando, dejo de pelearme con ello.
Lo estoy dejando ser, lo estoy permitiendo… Aunque duela, aunque me asuste, aunque me haga temblar entero. Al darle espacio, lo estoy respetando y validando. Lo estoy, por consiguiente, amando.
Y es precisamente esta certeza, la asunción de que el amor abraza al miedo, que sugiere una hermosa conclusión: aunque parezca haber dos caminos, en verdad solo existe uno, porque una vía comprende y contiene a la otra.
Porque el final del camino es uno. Un único destino en donde parecen converger dos formas de llegar a él. Y, sin embargo, la vía del amor siempre está aquí presente para amparar, cubrir y mullir los baches de la senda del miedo.
Ya que el miedo no es en verdad un camino real, sino la andadura errática hacia el destino que somos cada uno, cuando nos desconectamos del amor hacia nosotros mismos.
El destino y culminación de toda experiencia humana es siempre amor, y como tal eso mismo es el camino. Solo que nos despistamos creyendo que hay una gran distancia llena de impedimentos para alcanzar ese sino. La única distancia posible es aquella que yo construyo con mi miedo. Porque cuando descubro que ese miedo ya no existe, me doy cuenta de que ya estoy presente en el amor.
El anhelo de toda una vida está aquí ahora mismo.
Para vivirlo solo necesito dejar de anhelarlo.
Abrazar con todas mis fuerzas lo que ahora siento.
Con tanto amor como para rendirme a ello.
Con compasión de no pretender siquiera cambiarlo.
Y permitirme entonces experimentarlo.
Cuando acepto y amo todas mis partes,
desaparezco yo y todas esas partes,
y es amor y aceptación lo que queda.
