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  • Roger 

REGALOS DETRÁS
DE LA HERIDA

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A menudo, cuando hablamos del Niño Interior y su propósito en todo proceso terapéutico, lo terminamos vinculando exclusivamente a aquellas heridas, estrategias y/o necesidades del niño o niña que fuimos; a sus limitaciones y dificultades, así como a los recursos que empleó para sobrevivir. Sin embargo, es mucho más que eso: conectar con nuestro Niño nos aporta vitalidad, autenticidad, alegría y confianza.

Es imprescindible tomar consciencia y atender las heridas de nuestro Niño o Niña Interior para permitirnos sanar aspectos de nuestro yo pasado que siguen influenciándonos en nuestro ahora, pero corremos el riesgo que creer que ese niño/a significa básicamente dolor, miedo, culpa o incomodidad. Y, por lo tanto, podemos llegar a considerar que el hecho de entrar en contacto con esta parte es siempre sinónimo de afrontar el malestar interno.

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Esta perspectiva nos lleva a dejar de lado y olvidar todos aquellos aspectos liberadores de nuestra parte infantil: el juego, la alegría, la inocencia, la espontaneidad, la autenticidad, el humor, la capacidad de maravillarnos, etc.

Y es que, en realidad, es frecuente que necesitemos atravesar primero la parte herida antes de contactar con la parte esencial de dicho niño/a. Sus recursos y atributos son regalos a veces inesperados para aquellos que nos hemos atrevido a atravesar antes el dolor de sus recuerdos heridos.

Hay quienes creen que existe el riesgo de quedarse anclado a dichas heridas, pues a veces podemos tender a recrearnos en aquello que hasta hace poco tiempo evitábamos a toda costa, y olvidarnos de que en la actualidad toda herida es una fantasía dolorosa que quedó bloqueada en el recuerdo de esa pequeña forma de vida.

REFORZANDO EL EGO

El trabajo con las heridas es necesario, pero la identificación excesiva con ellas puede comportar un peligro si nos olvidamos de cuál es el propósito último de todo acto terapéutico.

Es la trampa de la sobrevaloración de la sombra. Después de años rehuyéndola, podemos llegar a sentir cierta atracción por las partes ocultas de nuestra personalidad. Somos capaces de sentir una curiosa fascinación, un irremisible placer, en la búsqueda y conexión con el dolor de nuestro niño.

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Tarde o temprano mi parte víctima requiere de nuestra atención, sobre todo cuanto más la hemos rechazado y juzgado; pero es preciso que ponga mi consciencia al servicio de la sanación. De otro modo, incluso en el dolor y la victimización reside un imán que nos empuja a la recreación en dicha perspectiva.

Hay que entender que todo proceso de sanación, en sus etapas más avanzadas, nos invita a sentirnos conectados a la vida, a soltar cargas que nos separan del mundo, y reconciliarnos con la mirada amorosa que impera en la percepción de unidad con el resto de la humanidad. Mientras que el dolor nos separa y nos lleva a sentirnos alejados de los otros, blanco de injusticias y rechazos varios.

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Cuanto más separados y alejados de los demás, más cristalizado está nuestro ego. Por lo tanto, más fuerte y poderoso se siente (lo que no significa que sea feliz, seguro o tranquilo).

El ego se alimenta de la comparación con el otro y la separación constante.

Cuanto más distante de los demás, más reforzado; mientras que, cuanto más unido y conectado esté, más diluido y débil se sentirá como entidad individual.

CULPABLE O VÍCTIMA

Cuando el ego se vincula al mundo a través de la energía de la culpa, solo comprende dos posibilidades: o él es el culpable de todo lo malo que le pasa, o lo es el mundo que lo limita, bloquea y castiga.

El riesgo de recrearnos en el dolor de las heridas tiene que ver con este movimiento.

Si durante mucho tiempo nos hemos sentido responsables de nuestro dolor, asumiendo que las creencias sobre lo inútiles, débiles o incapaces que somos son reales, y castigándonos por no estar a la altura de un ideal que solo existe en nuestra imaginación, entonces es muy fácil caer en ello.

Porque el proceso terapéutico, en su desafío a tomar consciencia sobre nosotros mismos, inicialmente puede invitarnos a devolver la responsabilidad sobre acontecimientos y situaciones que vivimos en el pasado, permitiéndonos modificar ciertas perspectivas o patrones de pensamiento respecto a personas de nuestra infancia.

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Si hemos sentido mucha culpa, dicho cambio puede ser vivido como una descarga de culpabilidad, lo que nos devuelve a la sensación de inocencia (tan importante para reconectar con nuestro niño herido); pero la culpa inicialmente no desaparece, sino que la lanzamos fuera, cargándosela a aquellas personas que nos hirieron, rechazaron o abandonaron.

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PLACER SIN CULPA

Es este ínfimo placer de la inocencia, que hallamos en culpar a otros, la pequeña gran piedra que podemos encontrar en nuestro camino. Esta es la trampa que puede bloquear nuestro proceso. Porque dicha sensación alimenta nuestro ego, y mientras parece sanarlo, termina revirtiendo en un mayor aislamiento respecto al mundo que nos rodea.

Nos sentimos víctimas del mundo, y eso nos da cierto poder. Por lo menos nos devuelve la fuerza que creíamos haber perdido mientras estuvimos sintiendo culpa y vergüenza. Ahora sentimos rabia, y queremos que se haga justicia.

Pero esa grandiosidad e hinchamiento que ofrece la emoción de la rabia y la ira (sobre todo cuando apenas nos la hemos permitido) depende de mantenernos enojados con la vida, y eso a la larga pasa factura cuando nos damos cuenta de que esa energía nos termina envenenando lentamente.

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Cuando nos hemos sentido culpables de nuestro dolor, cuando nos hemos responsabilizado en exceso de nuestras dificultades y limitaciones, percibirnos como víctimas es necesario. Liberarnos de la culpa es imprescindible. Sentir rabia e ira y permitirnos expresarlas es también esencial. Pues nos permite relajar la presión interna que ejercemos sobre nosotros mismos.

Pero no es este el fin del camino. Porque quedarnos anclados a la rabia o incluso la tristeza, nos identifica solo con la herida y nos inmoviliza en la autopercepción de víctimas. Quedarnos ahí nos impide descubrir todos los regalos que trae nuestro niño, y que, a pesar de todo, aún no ha perdido. Pues le pertenecen: son tesoros que forman parte de su alma. Su magia sigue presente en su propio corazón, pues es inherente a su misma naturaleza.

LA LIBERTAD DE DECIDIR

¿De dónde viene tu vergüenza? ¿Y tu culpa? No me refiero a cómo se originaron ni a quién las despertó en primer lugar, sino a la fuente actual de su influencia.

¿Sabes de dónde proceden? Del niño o niña que las aprendió para poder encajar en este mundo… Ese niño continúa vivo en ti, y toma las riendas de tu persona siempre que se detonan emociones primarias como estas.

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¿Pero sabes de dónde proceden la alegría, el entusiasmo, la autenticidad y la capacidad de maravillarse? De ese niño o niña también.

Es su magia una energía de conexión y confianza que se activa nuevamente cuando te permites ir más allá del miedo, la vergüenza y la culpa. Es ahí, al otro lado de la herida, donde residen todos sus tesoros. Pero antes necesita atravesar dichas energías en que se quedó bloqueado, y que ahora sigue rehuyendo con aspecto de adulto.

Ahora tienes la oportunidad de convertirte en el padre y la madre que quisiste tener.

Puedes elegir entre seguir ignorando y abandonando a ese niño, o empezar a atenderlo y cuidar de él. Decidir si prefieres abrazar a ese niño/a y aceptar su dolor, o seguir juzgándolo y regañándolo.

Ahora puedes amar al niño o niña que llevas dentro.

Ahora tienes la oportunidad de disfrutar de sus tesoros.

Ahora tienes la libertad de decidir amarte.

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