SIEMPRE FALTA
ALGO
Desde nuestra más tierna infancia aprendimos que estamos incompletos y somos insuficientes por nosotros mismos; integramos pronto la idea de que nos faltaba algo para ser lo que debíamos ser y así convertirnos en personas dignas y adecuadas. Pero esa esperanza de mejorar y completarnos en un futuro que nunca cumple nuestras expectativas, fue una trampa que nos impide habitar el presente en paz, apreciar la grandeza que hay en nosotros y aceptar el amor que ya somos.
"DEBO LLENAR EL VACÍO"
La educación del mundo nos instruye en una sencilla pero poderosa ley: estoy incompleto por mi mismo, y necesito del entorno para completarme. Solo así llegaré a ser «quien debo ser». Tan solo a través de lo que el mundo me puede aportar quizás consiga realizarme y sentirme en paz.
La certeza de esta idea, interiorizada como creencia que se plasma en realidad, nos lleva a iniciar una interminable e incansable batalla para poder conseguir todo aquello que creemos que nos falta y que necesitamos poseer.
Partimos de la sensación de vacío, de escasez y privación, de que nos falta algo y tenemos que resolver esta carencia para que nuestra vida adquiera sentido.
Tarde o temprano comenzamos una carrera que parece no acabar nunca: competir, luchar, conseguir, obtener, ganar, recibir, adquirir, anhelar, poseer, desear, lograr, ambicionar, buscar, triunfar, recabar, ahorrar, amasar, acumular…
Y si hemos tenido éxito y ya lo hemos obtenido, entonces nos obcecamos en no perderlo: proteger, cuidar, asegurar, defender, mantener, conservar, etc…
Y es así como desarrollamos un vínculo de dependencia con el objeto o aspecto al que nos hemos asociado. Estábamos convencidos de que lo necesitábamos para sobrevivir y ser felices, y ahora somos incapaces de imaginarnos sin ello. Su influencia condiciona nuestra vida. Tanto por su ausencia como por su presencia, el influjo de lo que deseamos gobierna nuestros pasos, y nos empuja a calificarnos de acuerdo a si lo hemos logrado o no.
Sea como sea, la energía de una vida entera la destinamos a este simple hecho: intentar llenar aquello que creemos vacío. Completar lo incompleto. Ya sea colmando necesidades insatisfechas o tratando de lograr aquello que pensamos que nos falta, como esforzándonos en cambiar y descartar los elementos que creemos que le sobran a nuestra vida.
SERES INCOMPLETOS
Sentirnos incompletos implica percibirnos que estamos a medias, que aún no somos lo que tendríamos que ser. Y que no nos sentiremos tranquilos ni nos podremos relajar hasta que lo seamos.
Nos aboca a un estado de insatisfacción constante que esperamos ver compensado y resuelto solo a través de aquello tan deseable que supuestamente procederá del exterior.
Nos consideramos seres inacabados, en un conflicto perpetuo, ya que incluso cuando conseguimos aquello que creíamos necesitar, nada nos garantiza que lo mantengamos eternamente. De hecho, el pánico a perderlo o a que nos lo quiten puede implicar un estado de angustia y estrés incluso superior al vacío que vivíamos antes de haberlo encontrado.
Toda esta imagen que cultivamos respecto a nosotros mismos nos habla de carencia… Nos sugiere que no somos dignos tal y como somos, puesto que no seremos suficientes hasta que seamos capaces de completarnos. Implica considerarnos como seres limitados e imperfectos en continua guerra contra un futuro donde encontrar aquello que nos falta.
No estaremos bien, ni seremos adecuados o dignos, hasta que… encontremos a aquella persona que… o hasta que consigamos aquel trabajo en que seremos reconocidos, o poseamos aquel coche, o tengamos aquella casa, o construyamos aquella familia, o dejemos de sentirnos solos, abandonados, rechazados, incomprendidos, traicionados, humillados, engañados, etc…
Si internamente sentimos que siempre nos falta algo para estar en paz, podemos dar por sentado que esta paz nunca terminará de llegar y afianzarse, porque su existencia seguirá dependiendo de aspectos externos a nosotros.
Creer que no estaremos en paz hasta que se cumplan todos nuestros deseos, es la mejor forma de frustrarnos.
DESEAR Y ESPERAR
Desear no se acaba nunca, un deseo me conduce inevitablemente a otro. Ya sea a través de la frustración y desilusión de no haber logrado cumplirlo, como a raíz de la efímera alegría de haberlo conseguido. En esencia no hay diferencia más allá de la imagen que construimos sobre nosotros mismos: nos podemos sentir triunfadores o fracasados, pero la esclavitud de perseguir sueños constantes nos roba la vida de la misma forma.
Cuando somos esclavos del sueño y el deseo, somos en verdad prisioneros de una cadena fantasma: la ilusión y promesa de un futuro mejor donde se satisfarán todas nuestras carencias y podremos, al fin, evitar todo dolor y salvarnos de la indignidad.
Un mañana que nunca llega, ya que resulta imposible que acontezca: el futuro no existe, ni jamás lo hará. Porque, cuando «llegue», será también presente… y es del presente del que nos hemos habituado a huir.
Nos hemos especializado en escapar de este momento; por medio de todos los mecanismos y estrategias posibles (todos ellos mentales) somos expertos en evitarnos la vida aquí y ahora. Y este fenómeno evitativo, de nuevo, se construye a partir de la sensación de que el momento presente está vacío, carente de valor, incompleto… Y nosotros, proyectados mentalmente en pasados que ya no existen o futuros que jamás llegarán, nos sentimos igualmente vacíos, perdidos e insignificantes.
Es solo cuando reaprendemos a habitar el momento presente y nuestra propia vida real, que comenzamos a llenarnos nuevamente de la presencia que nos otorga sentido y valor como seres vivos.
Descubrimos que explorando el aquí y ahora volvemos a experimentar plenitud, pues nos percatamos de que todo el vacío que sentíamos era debido a que estábamos ausentes, enfocados en sueños o recuerdos.
Cuando esperamos que la vida nos recompense, y nos dé aquello que creemos que nos falta, nos mantenemos a la espera de vivir. De esta espera provienen precisamente las esperanzas.
Pero cuando nos centramos en ofrecernos a la vida, en habitarnos corporalmente, en estar presentes en el continuo de instantes que nunca acaba, es entonces cuando hemos decidido entregarnos y hacernos uno con la vida. Hemos decidido completarnos.
APORTARNOS A LA VIDA
Fijarme en aportar a la vida en lugar de enfocarme en qué puedo sacar de la vida. Esta es la clave. La principal dificultad que encontramos para resonar con esta idea radica en la sensación que muchos quizás tengamos de que no hay nada que podamos aportar. Como nos hemos creído que estamos vacíos de valor, consideramos que no podemos ofrecer nada.
Estamos convencidos de que, antes de poder entregar o compartir algo, tendríamos que tenerlo… Y por eso necesitamos poseerlo antes.
Eso mismo pasa muy a menudo con el amor: nos hemos acostumbrado a creer que no hay amor dentro nuestro; desde pequeños aprendemos que la fuente de amor es externa: padres y adultos son quienes, si tenemos suerte, nos lo entregarán en la infancia. A partir de este momento, proseguimos con la fantasía de buscar y encontrar este amor a través de amistades o parejas sentimentales.
De nuevo, nos hemos creído que no hay amor en nosotros, y por eso necesitamos de otros seres humanos para que nos den, regalen o entreguen el suyo; solo así pensamos que nos podremos sentir amados.
Pero esta percepción concluye precisamente que somos carentes de amor. Y desde esta sensación de vacío y escasez ni tan siquiera el amor externo nos llegará a servir. Cuando crea que lo tenga, tendré miedo de perderlo. O incluso lo boicotearé porque no me lo creeré. ¿Cuántas veces me habrán dicho o mostrado que me querían pero no me lo he creído porque desconfiaba o no era como yo había imaginado que sería?
Dar y recibir son, en verdad, lo mismo. Aquello que creo que me falta y que necesito recibir, comenzaré a experimentarlo una vez decida entregarlo yo mismo a otros. Si quiero sentir amor, el primer paso que necesito dar implica comenzarlo a dar.
Porque es cuando estoy dando amor, que me doy cuenta de que ya lo estoy sintiendo. Que, de hecho, surge de mi. Mejor dicho, está presente en mi, en este instante, en mi presencia abierta e inocente.
Pero, para sentirlo, antes tengo que aprender a percibirlo. A darme cuenta de que siempre ha estado presente aquí, dentro de mi.
CONFIANZA EN EL AHORA
Cuando comienzo a ver el mundo desde el prisma inverso, fijándome en qué puedo ofrecer o aportar en lugar de qué puedo conseguir o sacar… el mundo y mi experiencia en él cambia de forma radical.
Por un lado, dejo de esperar (y exigir) que los que me rodean se hagan cargo de mis heridas. Ya no busco la aprobación y validación constantes, ni tampoco el permiso externo para ser o expresarme. Dejo de obsesionarme en lograr aquello que creo que me hace falta, para agradecer aquello que ya está en mi y plantearme de qué manera puedo empezar a ofrecérmelo a mi mismo.
Detecto que aquellas heridas o patrones de dolor habituales están presentes en mi, precisamente, para que aprenda a aceptarme y amarme a través y gracias a ellos.
Si tengo tendencia a sentirme rechazado, dejo de rechazarme; si siento que me abandonan, me planteo de qué forma he estado abandonándome yo a mi mismo; si creo que me engañan o me traicionan, me pregunto en qué aspectos continúo autoengañándome o traicionándome en mi día a día.
Y descubro que todo este proceso, es en verdad un camino de autoconocimiento y aceptación incondicionales. Que me permite averiguar, con sorpresa e ilusión, que tengo la capacidad de amarme a mi mismo tal y como soy… tal y como he creído que soy. Y si puedo aprender a amarme significa que el amor ya está en mi, por lo que también puedo compartirlo con el resto del mundo.
Y entonces me fijo en la manera en que podría entregar, regalar y compartir este amor. Y cuanto más entrego y ofrezco, más profundo lo percibo en mi.
Porque dar y recibir son, en verdad, lo mismo. Y cuando doy amor, lo estoy sintiendo también hacia mi. Y entonces también estoy más abierto a recibirlo, pues he aprendido a resonar con el amor y a sentir que lo merezco.
Así es como el vacío y la carencia que aprendí a percibir en mi, se descubren como una fantasía de la percepción: una especie de delirio, fruto de la confusión de creerme carente e indigno.
Porque cuando he descubierto que no eran reales, ya que el amor y la paz siempre han habitado en mi, puedo apreciar la gran confusión y reírme de todo lo sucedido.