LA VIDA COMO
ESPEJO
Las creencias que he desarrollado acerca de mi mismo y todo cuanto me rodea no son inocuas. Sirven como esquema del guión que se representará en mi vida… Toda creencia es una idea, principio o convicción que lanzamos al mundo a través del mecanismo de la proyección: como el reflejo de un proyector de cine, estampamos nuestras emociones y pensamientos sobre la pantalla del universo que percibe nuestra conciencia, coloreándolo con multitud de matices con los que, sin darnos cuenta, nos terminamos hiriendo a nosotros mismos.
La mayoría de nosotros nos educamos en una concepción del mundo muy concreta y unidireccional: es el universo material que existe afuera el que nos condiciona y edifica nuestra percepción propia. Es la dimensión física, con sus propias leyes, la que teje nuestra identidad e impone sus propios límites a lo que es posible o no en esta existencia en que vivimos. Según este prisma, lo que me ocurre en la vida es una realidad incuestionable que moldea mi personalidad: los hechos que vivo construyen mi forma de percibir, y así seguirá siendo siempre.
Sin embargo, hay otra forma de entender la existencia humana. No es solo que aquello que experimento repercuta en quién soy y en cómo pienso… Sino que es mi forma de pensar la que define aquello que percibo. Es decir, son precisamente mis creencias las que toman forma en el mundo material para justificar y validar mi concepción de la realidad.
PROYECCIÓN DE QUIÉN SOY
Esa es la definición de proyección: una idea, emoción o principio que (consciente o no) se lanza al mundo para autoconfirmarse a sí misma en base a devenir una realidad visual, experiencial o táctil que difícilmente podemos negar por medio de nuestros sentidos físicos.
Cuando empiezo a contemplar la vida como un espejo que me devuelve las creencias que le he proyectado, toda la concepción del mundo se transforma automáticamente.
Porque todo cuanto me ocurre me ofrece información acerca de mi forma de ver y entender el mundo. Ya que a través de dicho reflejo puedo reparar en aquello que se guarda en mi inconsciente, en el contenido que oculta mi sombra y las heridas que encierra mi corazón.
Vamos a ver distintos ejemplos para entender cómo podemos recoger y reapropiarnos de dichos reflejos que la vida nos espeja: porque cuando el mundo es un espejo de mi personalidad, lo quiera o no constantemente me estoy topando conmigo mismo y los límites que me he autoimpuesto. A veces para reafirmar mis opiniones o aprender a darme aquello de lo que creo carecer, otras para confrontar todos aquellos aspectos que he juzgado y negado de mi mismo.
1. NUNCA ME ESCUCHAN
Cuando era pequeño aprendí que debía escuchar a los demás; que interrumpirlos era de mala educación… e ignorarlos era una falta de respeto. Aunque no me interesaran sus palabras, aunque no estuviera de acuerdo con sus ideas o simplemente estuviera cansado y solo quisiera irme de ahí. Aprendí a escuchar para ser respetuoso y ser bien visto… incluso cuando los demás no me escuchasen a mi.
Mi orden de prioridades estaba invertido: primero los demás, después yo. Y fue precisamente forzándome a escuchar a otros cuando descubrí que yo no me sentía escuchado. Y comprendí que el hecho de no sentirme escuchado no decía nada sobre los otros… No se debía a que fueran egoístas, o irrespetuosos, o unos egocéntricos. No era por ellos… sino por mi.
Yo no me escuchaba a mi mismo… ¿Cómo se suponía que iban a hacerlo los demás?
Traté de engañar al mundo simulando que me interesaba lo que me contaba, para así ganarme yo su interés y su cariño. Y fracasé en ello. El mundo me ignoró.
Para cuando se destapó la mentira, al fin pude entender lo ocurrido: ni yo escuchaba ni el mundo me ignoraba.
Yo me ignoraba a mi mismo haciendo ver que escuchaba a los otros.
No fue hasta que comencé a escucharme, que el mundo finalmente me vio…
Porque yo soy el mundo, y escucharme es mi función.
2. NADIE ME VE
La sensación de ser invisible, de no llamar la atención y pasar desapercibido, es mucho más común de lo que nos pensamos. En los últimos tiempos se refleja en el inmenso anhelo de varias generaciones a ser conocidos, populares y famosos, que es consecuencia directa de la clásica necesidad humana de ser vistos, reconocidos y valorados.
Nos podemos llegar a pasar una vida entera obsesionados en hacer algo trascendental o convertirnos en alguien importante con tal de no sentirnos invisibles. La comparación que lanza nuestra mente nos advierte de que, al contrario que nosotros, los demás sí que lo están consiguiendo y son personas exitosas que han logrado aquello que a nosotros se nos priva.
Nos ocupamos y preocupamos, por lo tanto, en hallar la forma de satisfacer ese vacío: hacer algo al fin que sea rompedor e inaudito, devenir personas especiales, únicas y extraordinarias… Que el mundo nos vea, que nos admiren y adoren, que nos sigan o envidien, que nos recuerden cuando ya no estemos…
Anhelamos profundamente que nos vean… básicamente porque no nos sentimos vistos. Y eso es porque no nos miramos… O, por lo menos, no lo hacemos con amor.
2.1. INVISIBLE PARA MI MISMO
Aprendimos que no es suficiente con vernos a nosotros mismos, tienen que ser otros los que nos vean y reconozcan. Y así cedemos nuestro propio valor como seres humanos y se lo otorgamos al mundo que nos rodea. Tienen que ser ellos, los demás, quienes decidan si somos dignos y merecedores de la paz de nuestra alma.
Pero la vida es un espejo… Y lo que veo como reflejo es una lección que tengo oportunidad de aprender. Cuando estoy convencido de que nadie me ve, es principalmente porque me he hecho invisible a mis propios ojos. Se debe a que, en realidad, soy yo el que «no me estoy viendo» a mi mismo.
Puedo preguntarme, por ejemplo, ¿qué imagen tengo de mi mismo? ¿Cómo me concibo o percibo? ¿Qué es lo que veo de mi? Las respuestas que emerjan reflejarán inevitablemente justo lo mismo que creo que el mundo piensa de mi. Es decir, obtendré un espejo de lo que pienso en verdad sobre mi mismo.
Para visibilizarme puedo plantearme también cuestiones como: ¿Hasta qué punto atiendo mis necesidades? ¿Me estoy mostrando al mundo o me mantengo oculto? ¿Y qué es lo que muestro… mi autenticidad o una máscara para agradar y no incomodar a nadie?
Puedo dedicar vidas enteras a esforzarme y sacrificarme para que me vean… pero si yo no empiezo a mirarme y contemplarme con más paciencia y cariño, nadie lo hará por mi. Cuando siento que nadie me ve, es la oportunidad perfecta para empezar a verme yo tal y como soy en realidad.
3. TODOS ME RECHAZAN
La sensación de rechazo en una herida que nos suele acompañar desde nuestra más tierna infancia. Generalmente procede de ciertos límites y órdenes contundentes que se nos impusieron de pequeños, así como de creencias negativas e ideas preconcebidas respecto a aspectos de nuestro carácter o temperamento infantil.
Como herida suele proceder también de la herencia familiar, como una singular forma de entender el mundo, puesto que fácilmente podemos identificarla en alguno de nuestros progenitores (o en ambos), así como en los padres de estos.
Como en todas las heridas hay grados de intensidad, por lo tanto no será lo mismo vivir el rechazo hacia ciertas partes de quienes creemos ser («mi timidez no le gusta a la gente«) que experimentar el profundo rechazo hacia toda nuestra identidad («nadie me quiere«).
Cuando vivo el rechazo completo como persona y ser humano, habitualmente se trata de una proyección inconsciente sobre un aspecto de mi con el que me identifico de forma particular y que yo mismo rechazo. Puedo tratar de indagar en qué creo que es aquello de mi que genera rechazo, y desde ahí comenzar a trabajar en ello para reaprender a resignificar y apreciar dicho aspecto.
3.1. ¿ME ACEPTO YO?
Por ejemplo, puedo plantearme qué es lo que la gente rechaza de mi exactamente… Si percibo que la gente me rechaza porque soy tímido (esa es mi impresión), me será útil cuestionarme qué tiene de mala la timidez. Quizás haya creído ciertas ideas sobre lo que implica dicha timidez, y de ahí haya interiorizado la creencia de que «la gente tímida no es valiente«, «la timidez me limita» o «la vergüenza conlleva fracaso«.
Desde este punto puedo comenzar a darme cuenta de que quien realmente rechaza y no acepta la «timidez» soy yo. Cuando me siento tímido o vergonzoso me juzgo por ello, y evito a toda costa sentirme así… pero como a veces no lo puedo evitar, me enojo, me culpo y me castigo por ello. Todo este juicio y rechazo personal es lo que veo luego en los ojos de quienes me rodean.
Es precisamente en este ejercicio de reapropiación que transformamos la creencia general «el mundo me rechaza» a la idea más accesible de «yo rechazo esta parte de mi«… Mientras que la primera perspectiva me hacía sentir víctima indefensa del mundo, esta segunda mirada me permite tomar responsabilidad y trabajar en mi propia percepción sobre mi mismo.
Y es entonces cuando me planteo que si percibo que el mundo me rechaza sea quizás para aprender yo a aceptarme y amarme incondicionalmente tal y como soy. Y es aquí cuando me abro, al fin, a la posibilidad de sanar.
4. SIEMPRE ME ABANDONAN
Si tiendo a pensar que se me repite esta misma historia, cuando las personas de mi entorno me dejan, se van o me abandonan, es que la Herida del Abandono resuena y está activa en mi.
Se trata de una herida que está muy vinculada al pánico a quedarme solo, ya que probablemente sostenga la creencia (muy humana y extendida) de que la soledad es sinónimo de invisibilidad, depresión y muerte.
Desde este miedo tan nuclear tengo oportunidad de empezar a identificar pensamientos y creencias que se asocian al mismo: «el amor viene siempre de afuera«, «para ser digno debo recibir el amor de otros«, «si no estoy en pareja no soy nadie«, «nadie me quiere«, «la gente no sabe comprometerse» e incluso el clásico «siempre me abandonan«.
Cada uno necesitamos revisar y descubrir las propias ideas y creencias recurrentes que sostienen nuestra herida.
Cuando percibo que las personas de mi vida tienden a «abandonarme», puedo indagar también en dichas experiencias como espejo de vivencias infantiles en el entorno familiar. ¿Me he sentido abandonado por papá y mamá? ¿Ha habido abandonos (literalmente) en el seno de mi familia o en generaciones previas? Las resonancias anteriores en mi propio sistema pueden facilitarme información para entender lo que me ocurre y rebajar mi percepción sobre mi situación.
4.1. PRIORIZANDO AL OTRO
Sin embargo, tarde o temprano necesito dar un nuevo significado a esta herida que me acompaña. Es decir, abrirme a percibir lo que se me repite desde otro prisma para integrar la importante lección que se me ofrece: ¿hasta qué punto me he abandonado a mi mismo, poniendo a mi entorno y a los demás siempre por delante de mi?
¿Y en qué momento empecé a abandonarme? ¿Cuándo aprendí que recibir amor externo era más importante que amarme yo a mi mismo incondicionalmente? ¿Y hasta qué punto me ha servido buscar la compañía y aprobación externa a toda costa… sobre todo cuando eso implicaba desatenderme y abandonarme a mi mismo?
Indagar en este tipo de cuestiones puede permitirme revisar antiguos patrones de conducta y pensamiento, reformular mi orden de prioridades y abrirme a tomar responsabilidad de mi propio autocuidado. Es a través de dicha indagación y cuestionamiento que termino dándome cuenta de que, aquí y ahora, tengo la oportunidad de tomarme y aceptarme de forma incondicional.
5. LA GENTE NO ME TRATA BIEN
Existen muchas formas de maltrato, así como podemos encontrar abusos tanto físicos como psicológicos o emocionales. Generalmente, cuando tenemos la sensación de que el mundo o la gente no nos tratan bien, suele haber un pasado en que el maltrato o los abusos también estuvieron presentes.
Una de las heridas más asociadas a dichas situaciones es la de Humillación, que nos retrotrae a experiencias infantiles en que nuestra dignidad o valor personal fueron anulados o menospreciados. Cada vez que sentimos que no nos respetan, que nos humillan o maltratan estamos reconectando con esas vivencias de nuestra infancia en que nos acostumbramos a vivir este tipo de vínculos y recibir este mismo trato. Y podemos llegar a creer que eso es lo normal, o que incluso nos lo merecemos.
Cuando se nos repiten relaciones o vínculos en que no nos sentimos bien tratados, podemos plantearnos dos formas esenciales de interpretar lo que nos ocurre: la primera de ellas conlleva el hecho de sentirnos meras víctimas de la situación, considerando que quizás tengamos mala suerte o que la gente es despreciable e injusta. Esta postura, aunque nos haga sentir inocentes, nos empuja a sentirnos indefensos e incapaces ante cualquier posibilidad de cambio.
5.1. ¿CÓMO ME HABLO?
Hay otra forma de interpretar estas situaciones repetitivas: como una oportunidad de revisar el dolor de la infancia. Cada nuevo vínculo o relación irrespetuosa o humillante en que nos sintamos maltratados es una puerta a revisar lo que pensamos respecto a nosotros mismos, y que nos permite liberar el dolor acumulado a través del tiempo con la suma de experiencias que resuenan con ese maltrato.
Nos permite también tomar consciencia de qué es lo que nos decimos internamente cuando esas situaciones ocurren, y también darnos cuenta de cómo nos tratamos a nosotros mismos en nuestro día a día. Porque es muy posible que, de forma inconsciente, hayamos aprendido a vincularnos con nosotros mismos desde esa misma actitud de autohumillación y maltrato…
¿Qué es lo que me digo y cómo me trato cada vez que mi forma de ser no se corresponde con lo que «debería» según el ideal de mi mente? Quizás esta sea una buena ocasión para aprender a tratarme mejor a mi mismo.
Puesto que no hay peor maltrato que aquel que nos auto infligimos a nosotros mismos cuando nos sentimos indignos y nos creemos culpables de no ser adecuados.
6. EL MUNDO ES INJUSTO
El mundo parece terriblemente injusto desde los ojos de la herida de Injusticia. Nos lo parece porque lo es cuando lo contemplamos desde este punto de vista. No hay cuestionamiento posible cuando percibimos todas aquellas cosas que creemos que no tendrían que estar pasando.
Toda sensación de injusticia implica un juicio previo respecto a que aquello que ocurrió (o está ocurriendo) no debería pasar ni haber pasado. Nuestra creencia de que las cosas tendrían que transcurrir de un modo concreto, a menudo ligado a una moral o ética más o menos subjetivas, nos lleva a considerar que cuando no acontecen así es porque se está produciendo una injusticia. Y no «debería» ser así.
La impotencia, la rabia e incluso la desesperanza son movimientos internos derivados de nuestro intento de hacer frente a todo lo que nos parece injusto. Desde el rechazo inicial, primero tratamos de cambiar lo que ocurre, energetizados a menudo con esa misma rabia que nos permite movilizarnos, pero cuando sentimos que ese cambio no será posible tendemos hacia la frustración, decepción y desesperanza.
6.1. ¿ESTOY SIENDO JUSTO CONMIGO?
La herida de Injusticia nos empuja a atender y fijarnos esencialmente en aquellas situaciones que resuenan con dicha injusticia. Nos hacemos expertos en captar y registrar situaciones injustas, del mismo modo que aprendemos a ignorar y desatender aquellas que a nuestra mente le parecerían justas. De este modo, nuestra percepción se prepara para resonar únicamente con aquello injusto que da sentido a la herida que sigue supurando.
Pero cada vez que resonamos con la injusticia es una oportunidad para explorar nuestros propios ideales, creencias y principios internos.
Se nos concede la posibilidad de cuestionar cuán rígidos o críticos son estos pensamientos y expectativas con los que interpretamos y juzgamos la vida. E incluso plantearnos hasta qué punto estamos siendo injustos con nosotros mismos y nuestra particular capacidad de presenciar el mundo.
Cuando el mundo me parece injusto, puedo preguntarme cuán justo estoy siendo yo con mi mundo. ¿Hasta qué punto me opongo yo a la vida o a mi presente tal y como está aconteciendo? ¿Y cuán injusto sigo siendo conmigo, al privarme constantemente de la paz que, más allá de mis heridas, reside aquí y ahora dentro de mi?
7. ME MIENTEN Y ENGAÑAN
Cuando se me repite la tendencia de vivir engaños y traiciones periódicamente a lo largo de mi vida, es porque, de algún modo, resueno con la herida de Traición.
Quizás haya experimentado una infancia en que los secretos familiares estuvieron presentes, o hayan proliferado las mentiras y las traiciones entre mis padres o incluso en relación con los abuelos. O quizás en algún momento de mi niñez simplemente me permití confiar plenamente en alguien y no se respetaron mis límites o mis derechos.
Viví esa decepción interna como una traición a la confianza depositada, con lo cual algo se quebró internamente con respecto a la fe infantil de estar «entregados a la vida» que nos acompaña en nuestros primeros años de vida.
Esa desconfianza para con el mundo implica una imperiosa necesidad de controlar todo lo que ocurre a mi alrededor, para así evitar que me vuelvan a hacer daño con engaños o mentiras.
Conlleva, por lo tanto, una dificultad en el soltar las riendas de una situación, lo que llamamos «dejarse llevar«, que a su vez implica dejarse cuidar y, por lo tanto, limita nuestra capacidad de permitirnos también recibir afecto, atención y reconocimiento.
7.1. SINCERIDAD PARA CONMIGO
Cuando estoy en contacto con esta percepción de vida, puede ayudarme el hecho de preguntarme hasta qué punto he aprendido yo a mentirme o engañarme a mi mismo con respecto a quien soy. Es decir, ¿estoy siendo sincero y honesto conmigo mismo? ¿Estoy traicionando mi propia verdad o camuflando mis necesidades? ¿Hay algo que quizás no quiero reconocer y he optado por autoengañarme?
El efecto espejo siempre nos invita a darnos cuenta en qué aspecto yo me estoy tratando precisamente de la manera en que siento estar recibiendo desde afuera. Por lo tanto, puedo plantearme hasta qué punto me he estado traicionando a mi mismo con respecto a aquellos ámbitos o aspectos en que creo que me han traicionado.
Y para ello necesitamos desengranar el tipo de mentiras o engaños recibidos, para poder revisar hacia dónde apuntan o qué parte de mi pretenden alumbrar.
REFLEJO DE APRENDIZAJES
Como decíamos al inicio de este artículo, existen dos formas radicalmente opuestas de interpretar nuestra vida: la primera tiende a percibirse víctima de un universo y una vida incontrolables que gobiernan nuestro destino y rigen los pensamientos y emociones que nos embargan y los actos con que tratamos de hacerles frente.
La segunda forma implica una mirada mucho más constructiva y potenciadora, pero también más responsable. Entender el mundo y nuestra vida como un espejo que nos refleja constantemente lecciones y aprendizajes a veces puede parecernos arduo, pero sin duda termina siendo muchísimo más significativo y reconfortante.
La probable perspectiva de dificultad procede de nuestra tendencia hacia la culpabilidad. Cuando sentimos algún tipo de responsabilidad sobre cómo se desenvuelve nuestra vida, para muchos es fácil conectarnos con la culpa y juzgarnos como promotores de todo lo malo que nos ocurre. Dentro del prisma de la culpa con que a veces interpretamos el mundo parece que solo consideremos dos opciones: o existen culpables externos de como es mi vida, o soy yo el culpable.
Nada más lejos de la verdad: no existen los culpables en este cuento. Tan solo figuras en las que se proyectan nuestras heridas o necesidades insatisfechas. Podemos juzgar y criminalizar estas figuras, tratando de rechazarlas y escapar de ellas, o podemos abrirnos a aprender de la información que nos reflejan.
UN ESPEJO PARA COMPLETARNOS
Abrirnos a aprender de estos espejos humanos no significa que nos resignemos a quedarnos en lugares desagradables o situaciones dolorosas, sino que nos plantea la posibilidad de aprendizaje que su reflejo nos suscita. Son invitaciones a revisar aspectos propios internos, a menudo dolorosos o traumáticos, pero no están ahí para que nos sintamos obligados a permanecer petrificados e inmóviles.
Cuando se nos repiten vivencias o situaciones que nos activan nuestras heridas, no necesitamos quedarnos a la fuerza desde la exigencia de resolverlas, sino comprender que aquello que nos reflejan reside también dentro de cada uno de nosotros.
Exploremos aquello que nos toca y hiere, pues nos pertenece, pero sintámonos libres de cuidarnos y alejarnos de dichos espejos externos si así lo necesitamos para poder atendernos.
Un espejo tan solo está ahí para poder verme mejor, y para descubrir partes ocultas o secretas que no estaba teniendo en cuenta. Si abrimos nuestra mirada a esta posibilidad, accederemos siempre a integrar lecciones o aprendizajes que se nos ofrecen a cada instante presente.
Ese es el propósito y función de cualquier espejo, reflejarnos, y no la de quedarnos con él, cuidarlo o arreglarlo si su reflejo está quebrado u obsoleto. Y así mismo es nuestro mundo: cuidemos y atendamos aquello que nos refleja en lugar de obsesionarnos en cambiarlo.